Las
ocultas y sutiles regularidades del caos
Según
el Diccionario de la Real Academia Española la palabra caos es sinónimo de
confusión y desorden. Además, sus connotaciones bíblicas asocian el caos con
el inenarrable estado del universo en el momento de su creación.
Así se explican las aprensiones que suscitan los fenómenos caóticos,
al punto de inhibir su investigación y aún de ignorarlos, en una típica
actitud de represión psicológica.
No obstante, en una de las más notables manifestaciones de sinceramiento
intelectual de los tiempos presentes, el caos ha adquirido recientemente carta
de ciudadanía como fenómeno digno de investigación científica. Y a la
empresa han sido atraídos numerosos matemáticos, físicos y biólogos, cuyos
primeros hallazgos en el universo alucinante del caos son sorprendentes y
revolucionarios y configuran... ¡una teoría del caos!.
Las características definitorias de
los fenómenos caóticos son la aparente inexistencia
de regularidades y, en
consecuencia, la imposibilidad de predecir comportamientos futuros. Ahora bien,
“las leyes naturales” y la predecibilidad son los rasgos señeros de los fenómenos
regulares y determinísticos estudiados por la ciencia, en particular por la física
clásica (newtoniana) y la relativística (einsteniana).
La
naturaleza y la sociedad
Comportamiento
caótico es el del tiempo meteorológico. Determinado por numerosos factores
atmosféricos (temperatura, presión, humedad, velocidad del viento, entre
otros), la predicción del tiempo es muy poco segura. Los conocimientos sobre la
física de la atmósfera, la estadística y las más poderosas computadoras
resultan impotentes para producir pronósticos meteorológicos confiables
extendidos a unos pocos días.
En otro orden de cosas, innumerables procesos socioeconómicos
y políticos se manifiestan
como inherentemente irregulares, fluctuantes
e inestables. Además, en determinadas circunstancias su inestabilidad hace
crisis y estalla en bruscas discontinuidades
que modifican cualitativamente los comportamientos o provocan imprevistas catástrofes.
Un ejemplo es el funcionamiento fluctuante, similar a una lotería, de las
bolsas de valores. Al respecto, un hecho puntual característico fue el derrumbe
de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1987 que, considerado inevitable por
muchos expertos, se produjo en fecha imprevista.
El enfoque convencional empleado en el tratamiento de todos los casos citados es
el de considerarlos procesos al azar, estocásticos,
y soslayar su conocimiento íntimo mediante la aplicación del análisis estadístico
y el cálculo de probabilidades. Por otra parte, dicho enfoque aparenta ser de
aplicación lógica en sistemas como el tiempo meteorológico y la bolsa de
valores, definidos por gran número de variables y parámetros fuertemente
interrelacionados, es decir, en sistemas
complejos.
Sin embargo, el comportamiento caótico se manifiesta también en sistemas
simples, aunque en ellos esa forma de comportamiento no es la habitual, considerándoselo
por tal motivo patológico e indeseable. Por ejemplo, es sabido que un eje de
acero en una máquina se “enloquece” cuando su velocidad de rotación
alcanza determinado valor crítico y
su movimiento, casi sin transición perceptible, se torna sumamente irregular,
con sacudidas violentas y peligro de rotura.
Otro fenómeno conocido de antiguo por los ingenieros hidráulicos es el que se
presenta en la circulación de líquidos por tuberías. Su régimen puede ser
laminar o turbulento. En el primer caso las líneas de corriente son contínuas
y paralelas a las paredes de los tubos, mientras que en el segundo caso se
observan violentos movimientos transversales (remolinos) notoriamente caóticos,
a la manera de un torrente de montaña. El pasaje del movimiento laminar al caótico
se produce cuando una determinada combinación de factores (diámetro del tubo,
velocidad media de la corriente y viscosidad del líquido), denominada número
de Reynolds, alcanza cierto valor crítico. En esas circunstancias
cualquier pequeña perturbación o fluctuación
en la corriente desencadena la turbulencia.
El
efecto mariposa
Se
observa aquí la existencia de una característica paradigmática de la dinámica
del caos, llamada efecto mariposa.
Una fluctuación casi imperceptible, cuya emergencia es un simple hecho de azar,
desencadena procesos de una magnitud incomparablemente mayor[1].
Fue detectado por primera vez en la década del '60 por el científico
norteamericano E. Lorenz al observar que podían originarse perturbaciones
meteorológicas mayores a partir de fluctuaciones ligerísimas comparables al
aleteo de una mariposa.
Esa llamativa y notable sensibilidad a las fluctuaciones más leves es uno de
los aspectos de la teoría del caos, pero tal vez no el más importante. Según
lo expone uno de sus investigadores[2],
el núcleo conceptual de la teoría reside en las aseveraciones siguientes:
“Los sistemas que obedecen leyes simples y precisas no siempre se comportan en
forma regular y predecible..., y pueden experimentar movimientos aparentemente
irregulares e impredecibles. El caos no es meramente un comportamiento errático
carente de propósitos; es un comportamiento aparentemente aleatorio con una
secreta regularidad interior”.
Caos
en los astros
Nada
mejor para ilustrar y probar ese concepto que incursionar en la mecánica
celeste, la más excelsa expresión de la mecánica newtoniana. Sus ecuaciones
han permitido determinar con precisión las órbitas y trayectorias de planetas,
cometas, asteroides y satélites naturales y artificiales, calculando con
extraordinaria exactitud fechas y lugares de encuentros cósmicos. Un ejemplo
particularmente notable es la determinación exacta, extendida a cientos de
miles de años, del itinerario del artefacto espacial Voyager II[3].
Los abrumadores éxitos de la mecánica newtoniana tuvieron
inevitables repercusiones en el pensamiento científico y la filosofía durante
los últimos cuatro siglos. La imagen de un universo funcionando a la manera de
un preciso e inmutable reloj y en el cual, dadas ciertas condiciones iniciales,
pueden predecirse de una vez y para siempre las trayectorias de los astros, fue
su consecuencia natural. Pero he aquí que algunos descubrimientos recientes
alteran esa majestuosa imagen de cósmica serenidad. Hiperión, el pequeño y
geométricamente irregular satélite del planeta Saturno, brinca caóticamente
mientras orbita regularmente en torno de su planeta[4].
También se han detectado comportamientos caóticos en la órbita
de Plutón, algunos asteroides, y en la gran mancha roja de Júpiter. Su
explicación en lo esencial, es la dada por el astrónomo norteamericano J.
Wisdom cuando dice: “Para la mayoría de nosotros el mundo cotidiano es clásico
(newtoniano) pero la mecánica clásica no es para nada simple. Newton no pudo
haber soñado nunca la belleza y la complejidad de la mecánica que él creó”[5].
En otros términos, son las mismas leyes de la mecánica newtoniana las que
permiten afirmar: “Los sistemas planetarios aparentemente estables pueden ser
en realidad ligeramente inestables y esta ligera inestabilidad puede
manifestarse con cambios relativamente bruscos y dramáticos”[6].
Los enunciados citados se sustentan, aparte de corresponderse
con los fenómenos astronómicos recientemente descubiertos, en las extensas y
precisas simulaciones numéricas realizadas en computadoras, que han permitido
“observar” el comportamiento de los planetas y satélites del sistema solar
durante lapsos superiores a los 800 millones de años. En tiempos tan increíblemente
enormes la aparente inmutabilidad de los movimientos planetarios se desvanece.
Existiendo oportunidad suficiente para que tengan lugar aún los menos
frecuentes y los más dispares encuentros entre los astros y se manifiesten
influencias y resonancias cíclicas cuyos períodos se miden en millones de años,
las órbitas sufren variadas modificaciones, algunas de ellas estables y
regulares y otras inestables y caóticas. Una consecuencia importantísima, ya
vislumbrada por el genio matemático de J. H. Poincaré, surge de lo expuesto:
no está asegurada la estabilidad in
aeternum del sistema solar. No obstante, desde un punto de vista práctico
no existen motivos de preocupación inmediata. Un millón de años, un
“flash” en la escala cósmica, es una inmensidad temporal para el hombre[7].
En síntesis, las leyes que rigen los comportamientos
regulares y los caóticos son las mismas y el pasaje de los primeros a los
segundos está gobernado por ocultas y sutiles pautas y regularidades cuyo
conocimiento es el objetivo de la teoría matemática del caos. Es así como el
físico norteamericano M. Feigenbaum[8]
ha descubierto una notable regularidad numérica en el
comportamiento caótico de sistemas físicos cuyas transiciones se producen a
intervalos fijos de tiempo, a medida que algunos de sus parámetros varían. Es
decir, se han encontrado los hitos que jalonan el itinerario del orden al caos.
La clave de esa regularidad es un nuevo número “mágico” denominado
“delta”, cuyo valor es 4,669201609. Su importancia es tal que, según los
investigadores, merece ingresar en el selectísimo
conjunto de los “famosos” y omnipresentes números capitales de la
matemática[9].
Todos estos cautivantes hallazgos parecen tener solamente un
interés teórico, un juego de artificios intelectuales irrelevantes desde el
punto de vista de su utilización por el hombre. Nada más lejos de la realidad.
Ya se ha iniciado su aplicación en problemas difíciles y gravitantes tales
como las irregularidades cardíacas, las epidemias, las turbulencias en los fluídos,
los circuitos electrónicos y la llegada de meteoritos a la Tierra.
Por otra parte, es interesante señalar que en las investigaciones sobre el caos
se emplean conceptos y recursos matemáticos del tipo de los espacios de fases
multidimensionales, los atractores y la novísima geometría de los fractales.
Y, naturalmente, el instrumento imprescindible es la computadora digital.
Una última reflexión: la teoría del caos al investigar las secretas
singularidades de las leyes de la naturaleza descubre que, con tiempo suficiente
y toques de azar, el universo y la vida disponen de una inmensa gama de
posibilidades de evolución. Así, aunando la regularidad y el azar, la teoría
del caos apuesta por la permanencia de la creatividad en la naturaleza.
[1]
Es un comportamiento característicamente no lineal.
[2]
Ian Stewart."Chaos:does God play dice?". Year book of science and the
future-1990. Enciclopedia
Britannica.
[3]
"Odisea interestelar, un viaje a la eternidad". La Naturaleza, 11 de
octubre de 1989.
Vol.
IX-N 3. 1989.
[5]
Mallowe, obra citada.
[6]
Mallowe,
obra citada.
[7]
La antigüedad del sistema solar se estima en 4.600 millones de años.
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